jueves, 8 de octubre de 2009

La Faquir

Un trozo de vidrio quedó prendido de la carne tostada y terrosa de su espalda. Con mano torpe, casi autónoma, lo empujó haciendo una rasgadura invisible a pocos centímetros de varias cicatrices. Recogió sobre su pecho la playera sucia con las herramientas de trabajo: decenas de arañas de cristal sin filo entremezcladas con alguna que otra inadvertida y punzante compañera. Con paso cadencioso y repitiendo palabras a manera de plegaria, extendió la mano para recibir algunos pesos. Después, malhumorada abandonó el vagón del metro.

En el andén contó las monedas del día guardándolas en uno de sus bolsillos. Su mano independiente se aproximo cautelosa al otro, sacó una bolsa plástica y de esta un pedazo hediondo de estopa, mismo que acercó pronto y sin recato alguno hasta su rostro quemado. Después salió a paso lento ante la mirada indiferente de un guardia que vigilaba exhaustivamente un celular, en posible espera de respuesta ante un mensaje previo.

Caminó sobre la calle de Tacuba, pidió dinero a todas las personas que pasaron en frente suyo. Recibió refresco y papas de un “samaritano” conmovido que atinó a compartir rápido los alimentos rápidos que habían sobrado de su cena igualmente rápida. Ella botó el obsequio en la primera caseta telefónica que hubo hallado camino al eje de Lázaro Cárdenas.

Durante horas rondó por la alameda central, después compró un cigarro en un puesto de periódicos a punto de cerrar y se sentó para admirar de lejos un par de leones blancos posados sobre un blanco igual de intenso que reflexionó deslumbrante. Miró a un hombre sentado acompañado por las que llamo "simpáticas angelitas": La Patria y La Justicia no sintieron recelo alguno pues hacía tiempo que nadie las reconocía. Observó el monumento hasta cerca de la media noche, entretanto, más de una decena de borrachos desfilaron desde los bares aledaños hasta la esquina sobre la avenida Juárez.

Cuando se levantó lo hizo con un salto súbito, olvidando su pequeño y valioso bulto tintineante. Caminó entre un perfume de cemento con una mano gélida. Atravesó andando la alameda desierta de álamos. Luces de autos la alumbraron un par de veces mientras cruzaba la Av. Hidalgo y un par de bocinas entonaron un ritmo hostil y conocido. Llegó por fin al otro lado y como pudo se hizo de un lugar entre otros cuerpos tumbados sobre cartones a la entrada del metro Bellas artes.

Se perdió toda la noche entre sueños amarillos y fue traída de regreso con un dolor intenso nacido de la medula. Abrió los ojos con sobresalto. Miró fijamente un par de pies que le exigían levantarse. Después de incorporarse caminó bajo el sol que apenas se asomaba, buscando sus preciados trozos de botella para reconocerlos abandonados en algún lugar desconocido. Después enfundo sus manos en los bolsillos redescubriendo las monedas ganadas durante el día anterior.

Tras el descubrimiento, se dirigió presta a una tortería, solicitó la torta de mayor precio al instante, pero el dueño accedió a prepararla tan sólo después de recibir una a una las monedas que cubrían el costo. Los clientes guardaron la mayor distancia posible. Ella engulló indiferente y rápido el desayuno y sintió dibujarse el sol sobre su rostro. Pasó su mano sobre su frente y dando la espalda a los presentes emprendió una caminata en aparente rumbo hacia el Paseo de la Reforma, iniciando de esta manera, un día más.

2 comentarios:

  1. Ese cambio en la historia no me lo esperaba,me espante un poco al pensar que hacías de voyerista con tus personajes ,pero no seria tan mala idea ,te daría mucho material para estos relatos citadinos,sigue asi amigo!!!!

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  2. Amigo sigue contándome historias como hasta ahora y prometo leer una a una.
    Muchas felicidades por el don que tienes para escribir.
    Abrazos!!!

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